A pocas horas de la Navidad, el país llega a esta fecha envuelto en un clima de desconfianza, inseguridad y polarización que contradice por completo el sentido de unión y esperanza que debería prevalecer. La violencia cotidiana, el temor constante y la fractura social no son hechos fortuitos: responden, en gran medida, a la incapacidad del Gobierno para enfrentar con decisión los problemas reales de los peruanos. La inacción y la falta de liderazgo solo han profundizado la incertidumbre y el pesimismo colectivo.

La Navidad suele ser un paréntesis emocional. Es el día en que los abrazos sustituyen a los discursos y la fe, más allá de creencias, nos coloca en un mismo plano de fragilidad y anhelo. Sin embargo, esa pausa no puede servir para ocultar la gravedad del momento. El país necesita que sus autoridades estén a la altura de las circunstancias, no solo en fechas simbólicas, sino todos los días, trabajando para devolver la confianza y la ilusión de que un cambio es posible.

El proceso electoral en marcha añade otra capa de contraste. Los candidatos recorren calles repartiendo abrazos, chocolatadas y promesas de un futuro mejor. Por estas semanas, todos parecen unidos en la renuncia al odio, a la confrontación y a los fundamentalismos que han marcado la política reciente. Ojalá ese espíritu no se diluya con el fin de las fiestas ni con el avance de la campaña. El país no necesita milagros efímeros ni gestos calculados, sino coherencia, responsabilidad y compromiso real.