Esta semana que comienza, bien haría el presidente Pedro Castillo en pararse al frente de los peruanos para dar un claro y contundente mensaje en contra de grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA, y personajes impresentables como el asesino de policías Antauro Humala, a quien este régimen no ha descartado dejar libre a pesar de que le faltan dos años y medio para cumplir su condena.

Pero ese mensaje de deslinde no debería venir solo a través de palabras, sino también por medio de acciones como la separación del cargo de premier del investigado por terrorismo Guido Bellido; del titular de Trabajo, Iber Maravi; y de su colega de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, Anahí Durand. Es inaceptable que el gobierno busque llevar su gestión en paz, cuando es capaz de colocar en altos cargos públicos a personas con dudosos antecedentes.

Si estos nombramientos no son una provocación para generar que el Congreso no les dé el voto de confianza este 26 de agosto, bien haría el presidente Castillo en mandarlos a su casa y aliviar las tensiones. ¿El mandatario no es consciente, acaso, que nadie que al menos haga guiños a bandas de asesinos puede ser parte de un Estado que esos criminales han querido dinamitar? ¿Qué parte no se entendió luego de más de 30 mil muertos?

Lo mismo debería hacer el presidente respecto a la situación del asesino Humala. Bien podría salir a negar un eventual indulto a este reo, claro, si es que de verdad no lo piensa hacer. No olvidemos que en la campaña el hoy jefe de Estado dijo que el cabecilla del “etnocacerismo” debía salir por “exceso de carcelería” y que hace poco el premier Bellido ha dejado abierta esa posibilidad, mientras desde la bancada de Perú Libre consideran a este sujeto como un “preso político”.

Si el presidente Castillo no hace una buena limpieza de su gabinete y no deja en claro que no habrá indulto para Humala, las tensiones entre Ejecutivo y Legislativo irán en aumento hasta que la colisión sea inevitable, pues es insostenible que el Estado sea entregado a gente al menos próxima a bandas armadas cuyos miembros hoy, desde sus jaulas y pocilgas, deben celebrar el haber logrado lo que no pudieron alcanzar con las armas.