Hoy, 1 de noviembre, la Iglesia Católica celebra en el mundo, el Día de Todos los Santos, es decir, el de aquellos que murieron y que luego de obtener la denominada Visión Beatífica, al haber superado el purgatorio, totalmente santificados ingresan al Reino de Dios; y mañana, martes 2, en cambio, es el Día de los Fieles Difuntos, es decir, de aquellos que aún se encuentran en estado de purificación, expiándose en el referido purgatorio. En ambos casos se trata de quienes ya no se encuentran mortalmente con nosotros.

El hombre de fe se resiste a creer que su existencia acaba con la muerte y cree en la vida después de la vida. Las culturas de la Antigüedad como Egipto y las precolombinas como los Incas, relievaron la vida después de la muerte. También lo hicieron las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, y con ellas, las politeístas: hinduismo (India), budismo (China) y sintoísmo (Japón), todas preocupadas por la vida del más allá, vida de ultratumba, vida eterna, etc., destacando el máximo respeto por los muertos.

En realidad, todo el poder que tuvieron en vida fue para garantizar sus vidas después de la muerte. Una pregunta que deberían responder los teólogos a partir del Evangelio es la siguiente: ¿Por qué razón en la importante liturgia de la palabra se hace la fervorosa advocación por los difuntos del denominado “descanso eterno” cuando la promesa de Jesús -es la razón de ser la existencia de la Iglesia-, fue la resurrección a la vida eterna. En la inmensa mayoría de las religiones y civilizaciones del mundo y desde los primeros tiempos de la sociedad humana, el culto a los muertos es un ritual central en la vida del hombre. La película “Coco” (2017), ganadora de dos Premios Oscar -mejor película animada y mejor canción original- que relieva la celebración del Día de los Muertos en México, hace una extraordinaria referencia a la luz en el rezo a los muertos.

La luz, entonces, ha sido central en el rito funerario y eso explica por qué la gente coloca una vela ante una foto del difunto, una actitud común que se ha mantenido intacta a lo largo de los siglos. La muerte, finalmente, es verdad que es motivo de tristeza y de dolor pero también de paz y tranquilidad pero sobre todo de expectativa y de misterio.