En la educación, hay ideas que se aceptan sin cuestionar aunque estén basadas en evidencia insuficiente y terminen siendo contraproducentes, como por ejemplo la pontificación de las pruebas PISA como la súper evidencia internacional sobre la calidad de la educación de los países evaluados y rankeados. Otro ejemplo es el del aprendizaje por competencias, que se basa en desempeños observables a partir de estándares que señalan las expectativas de aprendizajes. Eso supone que existe un consenso respecto a cuáles son las competencias necesarias para tener éxito y la presunción de que son las mismas para todos. Sin embargo, enfatizar las habilidades prácticas y técnicas puede ser relevante para el mundo laboral, pero no tiene por qué serlo para los aprendizajes escolares. Reducir la educación a lo que es observable, examinable y medible en el corto plazo dentro de ciertas áreas curriculares descuida objetivos más amplios como el crecimiento personal y la ciudadanía responsable.
La medición de los resultados de aprendizaje no es una medida precisa del valor de la educación. Si se utiliza para premiar o castigar a los alumnos o docentes, se reduce la educación a objetivos estrechos y medibles que perpetúan las desigualdades. Esto descuida aspectos importantes aunque menos visibles como la personalidad, seguridad, socialización, creatividad, empatía y el pensamiento crítico y ético.
La educación debe tener objetivos amplios y variados que promuevan el desarrollo holístico de los estudiantes, en lugar de reducirse a objetivos estrechos y medibles que pueden ser contraproducentes.