Muy temprano en las mañanas, suelo sacar a mi perro a caminar. El paseo no solo es reconfortante y me regala un tiempo fresco para liberarme del stress y pensar en soledad sino que, además, me ha permitido tener una comunidad de nuevos “conocidos” que se han vuelto “amigos de la vida”: el panadero, las mamás o papás regresando con coches de bebes vacíos después de dejar a sus niños en el nido, los porteros regando los jardines o barriendo las veredas, los vigilantes de seguridad de algunas casas, los deportistas camino al gimnasio y una infinidad de otros personajes. Es un tiempo especial en el que, a pesar de la prisa, hay intercambio de sonrisas y saludos; un tiempo en el que todos somos los mismos seres humanos caminando por el mismo espacio, en el mismo tiempo y dimensión. Por la coincidencia de encuentros, algunas personas se detienen a saludarme y comparten algunas pequeñas historias de sus vidas, coincidencias del amor hacia los perros o cualquier otra banalidad que les permita conectar y comenzar la mañana con algo más que un cruce de sonrisas al caminar. En un mundo cada vez más tecnificado y digitalizado, suele olvidarse la importancia de conectar con las personas de manera natural, sencilla y significativa. Escuchar de manera activa, prestando sincera atención a lo que otra persona dice, tratando de entender sus emociones, es un ejercicio de empatía tan sencillo y a la vez tan complejo, que pareciera ser aquello que desfila invisible ante nuestros ojos y que verdaderamente nos distancia o acerca al final del camino. Según la Real Academia española, la empatía es la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro ¡Cuántos malentendidos del mundo podrían terminar si tan solo ejercitáramos el arte de la empatía y de ponernos en el lugar ajeno, el arte de la amabilidad. ¡Ver el mundo desde otros ángulos de visión! Amabilidad en palabras, crea confianza; amabilidad en pensamientos, crea bondad; amabilidad en actos, crea amor, decía Lao Tzu y no le faltaba razón.