El Perú no puede seguir considerando a la meteorología como una actividad secundaria o un recurso que se consulta cuando la emergencia ya golpeó. En un país tan diverso y vulnerable como el nuestro (mar frío y cálido, cordillera abrupta, selva húmeda, desiertos costeros y glaciares tropicales únicos), la atmósfera no es un simple actor: es un escenario decisivo que influye cada día en la economía, la seguridad y la vida de millones de personas.
Sectores esenciales como la agricultura, la pesca, la energía, el transporte aéreo y terrestre, la salud pública, el turismo y la gestión de riesgo, dependen directamente de información meteorológica confiable. Las variaciones en la temperatura superficial del mar determinan la disponibilidad de anchoveta; los cambios en la circulación atmosférica pueden cerrar aeropuertos o interrumpir carreteras; la humedad relativa y la radiación UV afectan la salud de las ciudades; la oscilación de la Zona de Convergencia Intertropical modifica los patrones de lluvia en la amazonia y la costa.
En todos estos casos hay un elemento común: el meteorólogo, el profesional que combina observación, modelamiento numérico, estadística y conocimiento del territorio para interpretar lo que el cielo anuncia. Su labor es traducir datos complejos en decisiones prácticas; convierte incertidumbres en probabilidades útiles. Sin esta mirada, el país avanza a ciegas. Con ella, el cielo se convierte en herramienta de planificación.
Pero comprender la atmósfera ya no basta. Debemos sumar a un actor antiguo, pero recién reconocido: el clima espacial. La actividad solar afecta las comunicaciones, la navegación satelital y sistemas eléctricos, y gracias a la tecnología podríamos comprobar su interacción con el clima mundial.




