La Universidad nace con el fin de alcanzar el saber superior y así preparar a una elite nacional para el gobierno de una realidad concreta. Por eso, la docencia y la investigación tienen que buscar la solución de los grandes problemas nacionales. Diagnosticar no es suficiente.

La Universidad debe proponer remedios concretos a los males del Perú, en función al principio de realidad, participando activamente de eso que Joseph Ratzinger llamaba “el diálogo de nuestro tiempo”. En efecto, la Universidad tiene algo que decir en la esfera pública, y si las palabras pueden cambiar una realidad, la palabra de la Universidad puede y debe mejorar un país con problemas como el Perú.

Para que una Universidad participe del diálogo de nuestro tiempo debe preexistir, por supuesto, un clima de diálogo, esto es, de colaboración entre entes racionales (logos). La colaboración es el presupuesto de la eficiencia. Se logran los objetivos nacionales solo en un entorno de colaboración, jamás de enfrentamiento.

Si queremos un espacio universitario de calidad global todos los stakeholders deben caminar en la misma dirección. Urge sumar esfuerzos, no dividirnos en actuaciones estériles. Para desarrollar la investigación necesitamos recursos y frente al Bicentenario, el Estado debe actuar de manera decidida creando los centros de investigación que necesita el país, centros capaces de colaborar con el mundo universitario proyectando el país hacia el futuro.

El papel del regulador es fundamental. Sin Universidad no habrá reforma efectiva y sin SUNEDU tampoco. Para eso hace falta trabajar en equipo. Una buena Universidad es reflejo de una comunidad política armónica. El Bicentenario universitario debe ser un ejemplo de unidad.