El dólar se ha convertido en protagonista de estos días de tensión en las puertas del nuevo periodo presidencial. El dólar nos mira a diario con desafío, pone a más de medio país histérico, histriónico, atemorizado. “El dólar sube”, es la frase que se respira a diario. El dólar es el signo de este tiempo complicado en que la política tiene más efecto en la economía que en cualquier otro momento que nos tocó vivir en el último quinquenio (porque sí, quizás muchos ya se olvidaron, pero hubo unos días en que no sabíamos si tendríamos presidente al amanecer, ¿lo recuerdan?).

Es que el dólar es un personaje especial en el mundo en que vivimos. Se rige por las señales que ve en el gobierno, dicen los expertos, y lo que por ahora ve no es alentador, no da garantías, genera dudas. Entonces, dice la lógica monetaria en este mundillo del libre mercado, cuando esto pasa la gente se pone a comprar dólares de un modo compulsivo, se acelera la demanda de la moneda gringa y pasa lo que ahora vemos: el dólar se eleva de un modo que no veíamos en varios años.

Ya vimos que como todo es sistemático y todo está -digamos- atado, la subida del dólar trae consecuencias inmediatas sobre la economía familiar porque se encarecen los productos. Algunos piensan que el dólar es un pendejerete, o mejor dicho responde a algún manipulador pendejerete, pero lo cierto es que el dólar no solo se resiente por la cara del presidente o del premier, por decirlo así. El dólar se resiente porque los que mueven la economía se resienten, o sea les entran dudas, cuando no saben si en los próximos días habrá desbarajustes económicos debido a lo que dice o hace el nuevo gobierno. En otras palabras, se aseguran. Antes que se devalúe nuestro sol, compran dólares. Y, aunque haya quien critique este “daño” al país, la verdad es que actúan dentro de su libertad para preservar sus intereses, que de eso trata esto al fin de cuentas.