Coincido con quienes ya han señalado que Antauro Humala, más allá de los pormenores de su extraña liberación, es un riesgo para el Gobierno de Pedro Castillo y no entiendo, más bien, a quienes consideran que la derecha debería preocuparse por su salida. Más allá de etiquetas, Antauro es un antisitema, populista, extremista ideológico que reniega de todo poder que no ostente él y que aspira a la anarquía como caldo de cultivo para sus fechorías.
En este contexto, Castillo y su Gobierno han pasado, pues, a colocarse en la fila de los enemigos habituales del etnocacerista, es decir, presidentes que llegan al poder para usufructuar de él y llenarse los bolsillos para beneficio propio y el de su familia.
Que Castillo sea cobrizo, maestro rural y provenga de las clases populares no lo exime, será la reflexión del autor del “Andahuaylazo”, de la condena por integrar la vasta tradición de gobernantes líderes de organizaciones criminales. Antauro, por tanto, saldrá pronto a marcar distancia con el régimen criminal de los Castillo-Paredes y a proclamar la necesidad de una salida a su manera, desde el epicentro del caos y la convulsión social. La duda está en si tendrá los suficientes seguidores para -como hemos llamado en Correo- incendiar la pradera.
Su peligro radica en los sectores que pueda aglutinar y que por ahora siguen creciendo ante las pruebas contundentes que no dejan de aparecer y la inercia de un régimen cuyo único objetivo es aferrarse al poder. Es, lo hemos dicho, un Gobierno inviable por su indignidad, esa que defienden algunos integrantes de la miseria política como Daniel Salaverry y los casi 50 congresistas que apelan al argumento risible de las “pruebas” que por conveniencia se niegan a ver.
No vaya a ser, indignos del Congreso, que sea Antauro el que se apropie de los méritos políticos de una destitución que se torna inminente y que el vendaval se los lleve también a ustedes, merecidamente, como parte de este torbellino putrefacto en el que sobrevive gran parte de la política peruana.