Hace más de diez años, en mis labores como periodista de investigación, me reuní con un procesado por el presunto lavado de activos proveniente del narcotráfico y, a la sazón, empresario minero, quien me hizo una pregunta: ¿qué vale más, el kilo de oro o el kilo de cocaína? Atónito por la inquietud, le respondí con el silencio de la duda. ¿Ves? Ese es el negocio, agregó. Por supuesto que el kilo de oro vale más que su peso en cocaína, por eso es que la minería ilegal es el negocio de nuestros tiempos. Combatir ese delito es igual de complicado que luchar contra los narcotraficantes: mucho dinero de por medio que corrompe varias instituciones, las que por ley deberían erradicarlo. Ha sido tan silencioso el negocio de la minería ilegal que ahora está bien posicionado en varias regiones y será una lucha titánica acabar con sus promotores. En las regiones La Libertad y Piura el tema es grave, contaminan y financian campañas y actividades que se oponen a la minería formal. Lo curioso es que hay grupos políticos que hacen mutis sobre esta lacra. No me dejarán mentir las autoridades liberteñas cuando alguien pregunta si alguna vez fueron al cerro El Toro, donde la minería ilegal devora a la informal y los obreros mueren a diario sin que el Ministerio Público pueda frenar el delito. Sencillamente, no pueden ingresar a combatir la depredación del territorio o no les interesa comerse el pleito. La minería ilegal acaba de dejar sin agua potable por 4 días a los trujillanos, luego de que los relaves contaminaran el río Santa (Áncash), la fuente del proyecto Chavimochic que le vende agua a Sedalib, la empresa que tuvo que restringir el suministro del servicio en 13 000 conexiones domiciliarias. ¿Se imaginan el daño ambiental que produce la extracción de ese kilito de oro?