Hoy el mundo celebra los 205 años del Congreso de Viena de 1815 que había comenzado el año anterior, y cuyo mayor legado ha sido el multilateralismo escenificado en la vieja Europa. En esa ocasión estuvieron reunidos los monarcas, herederos de la estructura política del imperio Carolingio, con un solo propósito: emprender el reordenamiento del mapa político (fronteras) de Europa, luego de la derrota de Napoleón Bonaparte, cuyas ideas y reglas había impuesto doblegando a las monarquías. En rigor, la reunión en Viena (Austria), buscó el restablecimiento del statu quo anterior a la Revolución Francesa de 1789, reavivando en la idea dominadora de la “Restauración”, un sistema internacional amparado en el derecho divino para justificar a las monarquías; sin embargo, para la política internacional y para la diplomacia, el Congreso marcó a la sociedad internacional al crear la idea colectiva de las reuniones internacionales, una práctica desconocida en el sistema internacional imperante, surgiendo las cumbres o reuniones ecuménicas de jefes de Estado y de Gobierno para abordar asuntos comunes. Esta práctica interestatal no había sido reconocida con anterioridad a Viena, salvo en la Paz de Westfalia de 1648, que congregando a los Estados europeos, puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Viena, la capital de la diplomacia del siglo XIX, entonces, se adelantó creando la conciencia colectiva de la globalización, y enseñó que las cumbres son claves al converger en ellas las políticas exteriores de los Estados participantes, mostrando la diplomacia multilateral, que en su máxima expresión desde 1945 vemos en el marco de las Naciones Unidas en Nueva York, Ginebra, etc.

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