La muerte por asesinato del ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe (1954-2022), solo puede merecer condena y repudio totales en todos los rincones del planeta. Por eso, el crimen como acto cobarde, ha llevado a incontables pronunciamientos de líderes del mundo que han expresado su completo rechazo y pesar por el fallecimiento del político japonés más conocido e internacional de los últimos años. En efecto, Abe, de estirpe política de élite en el Imperio del Sol Naciente, y que ha permanecido en el cargo por más de una década -de 2006 a 2007 y de 2012 a 2020-, será recordado por su gestión como un auténtico hombre de Estado. Empoderó al Japón en una época determinante para las actuales relaciones internacionales asiáticas y sellando la vinculación estratégica de Tokio con Washington como nunca entre estos dos países claves del sistema internacional del Pacífico, luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Su trágica muerte nos recuerda la de otros dos magnicidios en la política internacional contemporánea: El 4 de noviembre de 1995 fue asesinado el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, gran figura para conseguir la paz con Palestina en los tiempos de Yasser Arafat y la muerte por atentado de Anwar el-Sadat, presidente de Egipto, el 6 de octubre de 1981. Es verdad que a diferencia de estos últimos, Abe, fue eliminado cuando ya no ejercía el alto cargo político en Japón pero igual se trata de una de las más relevantes figuras de la política internacional del siglo XXI. Para muchos se trató de un conservador del ala dura de la política nipona; sin embargo, con lo anterior, creo que Shinzo Abe -nos visitó en 2016-, fue un auténtico nacionalista pues entendió mejor que nadie la necesidad de levantar el ego nacional para un país que fue derrotado en dos guerras mundiales y siendo impactado por dos bombas atómicas al final de la segunda -Hiroshima y Nagazaki, el 6 y 9 de agosto de 1945- Abe comprendió la importancia de llevar a su país hacia el protagonismo internacional que pudo conseguir en perfecta armonía con el emperador del Japón Akihito hasta 2019 en que éste abdicó en favor de su hijo Naruhito, y cuyo premierato estuvo solo dos años ante el nuevo jefe de Estado, dado que Abe renunció al cargo en 2020 por problemas de salud. Su enorme legado será recordado en la vida nacional japonesa, estoy seguro, habiendo colocado a su país en lugar estelar y estratégico en la siempre auspiciosa Cuenca del Pacífico.

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