En el Perú hemos convertido al fenómeno El Niño en un personaje mítico, casi folclórico, culpable de todo y comprendido por pocos. Pero detrás de esa simplificación hay una verdad menos romántica y más peligrosa: la confusión sistemática entre El Niño y el ENSO (El Niño Oscilación del Sur), un error que hemos repetido durante décadas y que nos ha costado infraestructura, cosechas y, sobre todo, prevención. Mientras El Niño es solo la fase cálida oceánica del sistema, el ENSO es el ciclo completo que también incluye La Niña y las fases neutras, moduladas por la atmósfera del Pacífico expresadas en patrones que determinan impactos distintos según región y temporada. Aun así, seguimos usando ambos términos como si fueran sinónimos, como si nombrar fuera lo mismo que entender.

Esa ligereza en el lenguaje se tradujo en ligereza en las decisiones. En 1983, 1998, 2017y 2024, la comunicación oficial osciló entre alarmismo y minimización, confundiendo pronósticos con certezas y dejando a miles sin información clara para actuar. Cuando se anunció El Niño, muchos esperaron lluvias que nunca llegaron; cuando se advirtió sobre el ENSO, otros ignoraron señales importantes porque nadie se tomó el trabajo de explicar la diferencia. El resultado fue siempre el mismo: pérdidas evitables.

Hoy contamos con modelos más precisos en tiempo y espacio, con instituciones que deberían saber mejor y que por su propio ego el vicio persiste. Insistimos en frases cómodas, titulares simplistas y discursos que prefieren el impacto inmediato antes que la claridad técnica. Así, terminamos gestionando riesgos climáticos con diccionarios defectuosos.

Corregir esta mala costumbre no es un capricho académico, es una urgencia nacional. El Perú no puede seguir naufragando en su propia semántica. Nombrar bien es entender bien, y entender bien es actuar a tiempo.