Hace una década mi maestro Rafael Domingo lanzó a la comunidad académica la idea de un “nuevo derecho global”. Por entonces, Domingo sostuvo que las nuevas tecnologías, el desarrollo de un mercado mundial, la creciente voluntad de resolver los problemas de manera democrática (como el terrorismo global, el hambre, la corrupción, la guerra y el medio ambiente) y la búsqueda incesante de un nuevo orden político internacional configuraban un escenario propicio para que este nuevo derecho global se afiance.

Discípulo del más grande romanista español del siglo XX (Alvaro d’Ors), mi maestro Rafael Domingo, como todo estudioso del pensamiento clásico, unió su teoría del derecho global a la tradicional suspicacia romana contra toda tiranía. Por ello propuso que el nuevo derecho se configurase en función a la persona y no para la consolidación del poder absoluto del Estado, recordándonos el viejo origen del derecho: ex persona oritur ius (el derecho emana de la persona). La persona siempre está por encima del Estado. El Estado es una creación de la sociedad y en tanto creación tiene una función, servir a la persona.

El coronavirus cambiará nuestra manera de organizarnos políticamente y siempre es preciso afinar las funciones del Estado. Necesitamos un Estado que asegure la salud, la educación y la seguridad, la alimentación y la supervivencia de la nación. Que vele por el más débil y solucione los problemas reales. Pero no debemos permitir la creación de un Estado tiránico que viole el principio de subsidiariedad o que aproveche la situación para convertirse en un Leviatán sin control, sin frenos ni contrapesos. De eso no va la democracia.