John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional del cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, -el mismo cargo que tuvo Henry Kissinger durante el primer gobierno de Richard Nixon, pues durante el segundo fue su secretario de Estado hasta su caída por el sonado caso de Watergate (1974)-, está a punto de publicar el libro “El salón donde todo pasó: memorias de la Casa Blanca”, en el que revela sus experiencias de Estado y otras seguramente privadas o muy personales con el mandatario estadounidense y por cuya publicitación, podría comprometer seriamente el futuro político del presidente neoyorquino. Desde mi perspectiva, Bolton es un completo cobarde y no excuso las desvirtudes -que deben ser muchas- que pudiera tener el magnate, inquilino de la Casa Blanca desde enero de 2017. En rigor, no dice nada bien de una persona que recibió la total confianza del jefe de Estado, desnudar conversaciones solo posibles en el marco de una confianza extrema, como la pueden tener dos personas, en su momento, dizque amigas. No se trata de que todo vale, sobre todo en estos tiempos de recurrente tempestad en el gobierno de Trump, que, como se sabe, está candidateando a la reelección en noviembre de este año. Nunca será correcto ni decente aquel que habla mal de otro a los demás. Es la regla para las personas con axiología de vida por más que se halle en los círculos del poder. Si Bolton cree que Trump cometió delitos pues debió decirlo a la justicia durante el impeachment o juicio político al que fue sometido el presidente, pero no lo hizo. Es verdad que en cuestiones de Estado no hay moral pero Trump y Bolton son personas y por allí están los límites. 

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