El nuevo canciller del Perú ha evitado calificar el régimen de Nicolas Maduro como una “dictadura” y también, ha evitado reconocer que Edmundo González Urrutia es el presidente elegido por el pueblo venezolano. Así, en estos términos tibios se ha estrenado en su flamante cargo el embajador Elmer Schialer. Pero es no es todo, también ha señalado que la diplomacia es un oficio “discreto”, un oficio “paciente”. 

El diplomático es, en palabras de algunos autores, la persona autorizada a “negociar” en nombre de un Estado.  “Persuadir” y “disuadir” son dos vocablos de la clásica definición de la diplomacia.

Lo que ha ocurrido en Venezuela con ocasión de las turbias elecciones presidenciales, desconocidas por numerosos estados del mundo debido a su grosera falta de transparencia, es inadmisible para cualquier demócrata. 

Defender, por tanto, la democracia como única arma a favor de las libertades, proteger la democracia contra cualquier embate dictatorial, es un imperativo para cualquiera que se precie de amar la libertad. Y la defensa de los derechos frente a las agresiones y a la violencia de ésta, como ha ocurrido y sigue ocurriendo en Venezuela, no puede ser abordado con una diplomacia “discreta”, buscando no ofender a los autoritarios. Defender la democracia frente a las agresiones de los violentos no se puede hacer en voz baja y a media luz. Los demócratas, los defensores de elecciones libres y transparentes deben alzar su voz y su liderazgo firme tal como lo hizo Javier González Olaechea, nuestro excanciller, en los fueros en los que le toco estar. 

La diplomacia “silenciosa”, preferida alguna vez por Kissinger, aquella que se desarrolla tras bambalinas, de manera discreta, estaba pensada para otra realidad, para otra página de la historia. Hasta el entonces candidato presidencial Barack Obama, en su momento, consideró adecuado defender una diplomacia agresiva y directa (incluso con imposición de sanciones económicas) en contra de Irán, por ejemplo, por considerarlo una “gran amenaza”. Si la intención ahora, es bajar el tono y “dejar pasar” con “discreción”, mejor hubiera sido no declarar, señor embajador.