El Perú es un país que duele, pero que nos regala belleza a raudales todo el tiempo.

Es difícil no amar tanto al Perú; como también es imposible no sentir rabia por él.

El Perú es un país desafiante, una tierra fértil y colmada de exuberancia; una historia repleta de heroísmo y de maravillosas gestas, y es asimismo un país donde se germinaron traiciones tremendas en nombre de la patria.

Todo eso es este país: claroscuros, sensaciones extremas, cielo e infierno a la vez.

¿Qué nos caracteriza a los peruanos, ante todo? ¿Qué es lo que define al peruano? ¿Es la resignación, como dice alguien que presume de pesimismo ilustrado? ¿Es ese espíritu emprendedor que tanto se halagaba en los últimos años? ¿Es esa capacidad de sobrevivencia en los momentos más duros y complicados? ¿Es esa persona que forma colas con sus cajas de cerveza en plena pandemia? ¿O acaso ese campesino que suda bajo el sol a diario sin demasiada esperanza y que sin embargo aún le queda una sonrisa, una taza de té caliente, un pan que regalar?

El Perú es tan rico y diverso que es imposible asirlo, a veces parece imposible unificarlo. Somos ese país que aún no logra ser una nación, sentenciaba José María Arguedas. Porque el peruano es ese criollo, ese cholo impetuoso, ese chino de la esquina, ese colorao buena onda, ese serrano pujante, ese zambo quimboso, esos niños variopintos corriendo detrás de una pelota en los barrios.

A veces me he llegado a preguntar: ¿Cómo es posible que con toda esa riqueza de diversidad, con toda esa amplitud de razas y culturas, no hayamos podido ser esa nación poderosa que lo tiene todo? Son doscientos años intentándolo. Y aún no hemos podido serlo.

¿Podremos serlo por fin? Ojalá que pronto. No se ve algo cercano, algo viable en el corto plazo. Pero hay que seguir intentándolo. El Perú es un desafío hermoso. ¡Feliz Bicentenario, peruanos y peruanas!

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