El Perú sufre un mal endémico: la mediocridad de su clase política. Nuestros gobernantes, más preocupados en sobrevivir el día a día y en ganar aplausos fáciles, gobiernan bajo la lógica de la inmediatez. No entienden los problemas de raíz, ni menos aún tienen visión de futuro. Como sostengo: “Cuando uno tiene un problema y no entiende el problema, lo más seguro es que al aplicar una supuesta solución, lo único que sucederá es que empeoraremos el problema… y más aún, si negamos que tenemos el problema…el problema será mayor.”
Así actúan nuestros políticos: improvisando, negando la realidad y aplicando parches que solo agravan los males estructurales del país. Un ejemplo claro se encuentra en el tráfico y la construcción de los óvalos hechos en y para el Perú. Cuando dos vías colapsan, la solución más común es construir un óvalo. Al poco tiempo, este se convierte en un embudo donde todos quieren entrar y salir al mismo tiempo, reflejo de una sociedad que solo piensa en el beneficio propio e inmediato.
Y como si fuera poco, la “gran idea” de las autoridades es colocar semáforos dentro del óvalo, destruyendo su lógica y empeorando el problema. El remedio termina siendo más dañino que la enfermedad. Así ocurre también con la economía, la seguridad, la salud y la educación: gobiernos que, incapaces de planificar, terminan agravando la crisis que supuestamente iban a resolver.
La política peruana se ha vuelto un circo de la improvisación y el populismo barato. No hay liderazgo, no hay análisis técnico, no hay visión de Estado.
El Perú necesita políticos que entiendan los problemas, que los enfrenten con valentía y que piensen más allá de las próximas elecciones. De lo contrario, seguiremos atrapados en el eterno óvalo de la mediocridad.




