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La educación para estos tiempos, por ser distintos a los de la generación anterior, lógicamente requiere de enfoques y de estrategias diferentes a los previos. No cambiar y mantener el status quo solo garantiza que estemos formando estudiantes para el pasado y no para el presente o el futuro, ya que requieren adaptarse a contextos y a desafíos cambiantes.

Hoy se requiere ser ciudadano global, digital, multicultural, altamente creativo, autónomo, capaz de trabajar en equipo sobre problemas complejos; para ello, se debe disponer de altas habilidades comunicacionales y digitales. El estudiante, en vez de escribir ensayos, debería crear blogs, incorporando los medios y las redes sociales a sus estudios de literatura o de historia, o debería examinar cómo las películas, la música y el arte en general impactan el mundo de las ciencias naturales y sociales.

Eso requiere de una cultura escolar que estimule la habilidad para diseñar, ejecutar e innovar; sin embargo, esta no se encuentra en los objetivos y los enunciados inspiradores de las escuelas tradicionales.

Dado que el cambio continuo es inevitable, lo que se puede controlar es cómo se lo asume para crear mejores oportunidades de aprendizaje. Es iluso esperar que haciendo lo mismo se obtengan resultados diferentes. Los estudiantes necesitan ver en su propia escuela esa capacidad de cambiar y adaptarse. Sin duda, eso supone correr riesgos, como en cualquier innovación; pero no es en una dirección ciega, sino hacia aquello que señalan como deseable la pedagogía, la psicología y la neurociencia.

Los colegios deben resolver si quieren estar en la primera o en la última fila de la innovación.