El presidente Pedro Castillo se reunió en Nueva York, Estados Unidos, con inversionistas y empresarios. Y en lugar de dar un discurso esperanzador hizo todo lo contrario. Relató un panorama desolador dejando en claro que el Perú vive un calvario de tránsito difícil. Dijo puntualmente que la corrupción se ha institucionalizado en “todos los estamentos del gobierno y el Estado peruano”. Además se quejó por las censuras e interpelaciones del Congreso a sus ministros, dejando entrever que la crisis e inestabilidad se debe a ello.

Al margen que no hizo alguna autocrítica y no identificó su responsabilidad en todo este caos, solo se dedicó a espantar a los inversionistas con esa catarata de malas noticias. Todo esto es un gran escollo para que el país tenga futuro. La economía no puede desarrollarse sin confianza.

La corrupción es en el Perú un lugar común, pero indignarse en foros internacionales, ser parte de ella y no hacer nada para combatirla aquí es condenable. Como no tiene a mano ningún proyecto para luchar contra esta lacra, por precario que fuera, se dedica a tirar barro a todos y con ello destruye nuestra imagen en el exterior. Sabe bien lo que es malo, pero carece de capacidad e inteligencia para hacer lo que conviene a los peruanos.

Para forjar un país serio y creíble el único camino del líder es la reconstrucción de la moral y la palabra, algo que el jefe de Estado no garantiza.