Como casi siempre, apelamos a medidas extremas cuando no logramos atenuar las consecuencias negativas que producen los problemas. La manera peruana de enfrentar el problema es abrazar el adanismo, refundarlo todo, buscar un nuevo comienzo, como si eso fuera posible en un país con historia. Los países tienen historia, como las personas. Por eso, el adanismo ignora la gran mochila de nuestros pasivos y pretende instaurar una solución final a un problema que recién empieza.
Porque el gran problema de la inseguridad está vinculado al problema de la libertad personal. ¿Cómo vamos a vivir en una sociedad segura cuando se pregona, desde hace años, que todo vale, que todo es relativo, que tu libertad está por encima de todo y que con tu vida y con tu cuerpo puedes hacer lo que te dé la gana? Si uno escucha este discurso en la mayor parte de los medios de comunicación, en la escuela, en la universidad, en la calle, e incluso en las iglesias, entonces la libertad responsable, esa que busca el bien común, se trasforma en un libertinaje de manual, una falsa libertad, una libertad luciferina, porque solo importo yo por encima de los demás. Entonces, hago lo que me da la gana.
Ante una libertad así, nadie está seguro. Sacaremos los tanques a la calle, pero sin regresar a la raíz del problema de la libertad, estamos condenados. Urge, por eso, rescatar la enseñanza de la verdadera libertad. El bicentenario es un momento importante para eso. La libertad política que se conquistó ha sido reemplazada por un relativismo en el que todo vale, y como todo vale, la vida no vale nada. Podemos sacar los tanques a la calle, pero lo que de verdad está en estado de emergencia es la libertad.