Suenan los tambores de la fiesta electoral que se cumplirá el 11 de abril 2020. Comienzan los posibles candidatos a mostrar sus sonrisas. Los arreglos están a la orden del día, los vientres de alquiler permitirán sobrevivir políticamente y ser premiados con parte de la torta en vitrina.

Tras los agotadores días pasados tenemos la resaca de la vacancia frustrada, las investigaciones que siguen al gran escándalo, los presos notables con marrocas, más el primer aniversario del cierre del congreso por “denegatoria Fáctica de la confianza”.

Todo ello nos han traído al presente escenario en que poco o nada funciona, salvo la ilusión del poder enmarcada por más de setenta mil muertos a causa del coronavirus y ocho millones de desempleados formales e informales.

El discurso político es más o menos neutro, dominado por el entusiasmo electoral y para los no embarcados en la tómbola quedan claras las distorsiones que permiten hacer caso omiso al drama sanitario y económico que nos ha puesto a la cabeza de los países más inoperantes del mundo. Situación que Hernando de Soto, con autoridad y realismo, califica de Estado Fallido, palabras mayores que no se asumen en su gravedad.

Y es que el agradecimiento por la convocatoria a elecciones y por la oferta de Vizcarra de dejar el poder, determina gestos políticamente correctos, ausencia de críticas y ningún rechazo a sus ostensibles malos modales.

Todo está y estará bien mientras lleguemos a la meta que será sentar a otro inquilino en Palacio en Julio próximo. Y es que ser el presidente del Bicentenario encandila lo suficiente como para olvidar el nefasto presente.

Y para no tener en cuenta que Vizcarra se refiere a los medios discrepantes como los cuatro jinetes del apocalipsis. Total libertad de prensa, ninguna manipulación mediática ni política, elecciones democráticas, transparencia absoluta, es lo que se supone nos espera. Ojala así fuera.