La masiva participación de 38 organizaciones políticas aptas para las elecciones generales del 12 de abril de 2026 no encaja en la categoría de “fiesta democrática”; todo lo contrario, nos enfrentamos a un caos democrático. Lo cierto es que presenciaremos un carnaval cargado de canibalismo electoral, con una atomización extrema del mensaje programático y, por consiguiente, una campaña estéril, vacía de propuestas serias y carente de valor real para el ciudadano.

En realidad, este experimento es obra de aquellos “ilustres” —lo de ilustres es una ironía necesaria— que, junto a Vizcarra, impulsaron las reformas políticas y electorales que hoy socavan la poca institucionalidad que aún sobrevivía. Han intervenido la Reniec y la ONPE, por no hablar del JNE, todo con el firme propósito de preservar su hegemonía en el manejo de las instituciones del Estado.

A diferencia del Rey Midas, la cofradía progre-caviar posee el don inverso: envilecen todo lo que tocan hasta convertirlo en desecho. Resulta asombrosa la facilidad con la que fabrican ídolos de barro rebosantes de falso valor; personajes que hoy saturan la vitrina mediática de nuestro país.

El escenario es dantesco: 38 organizaciones políticas en competencia, 76 vicepresidentes, 4,940 aspirantes a diputados, 2,280 al Senado y 190 al Parlamento Andino. Un festín de números preferenciales y una kilométrica acta de sufragio serán el caldo de cultivo perfecto para impugnaciones, retrasos en el conteo y una peligrosa incertidumbre en la proclamación de resultados.

Se anuncia que habrá 91,000 mesas de votación, lo que requiere 273,000 ciudadanos como miembros de mesa. En este escenario, cabe preguntarse: ¿existirá alguna agrupación capaz de cubrir el 100% de las mesas con personeros propios para custodiar la voluntad popular? El desorden está servido, fina cortesía del “Lagarto” Vizcarra y de los eternos “expertos” electorales encabezados por Tuesta Soldevilla.