La serie de Netflix sobre Adolf Hitler y los nazis basada en los escritos y la vida de William L. Shirer no solo es digna de verse por los recuerdos de primera mano de ese gran testigo que fue el periodista norteamericano sino por la actualidad de sus reflexiones sobre los oscuros caminos del poder totalitario. Shirer, en sus escritos, se sumerge en las raíces de la condición humana, en la banalidad del mal que debe juzgarse tarde o temprano. En efecto, si hace décadas los nazis refinaron el terror como arma para vencer a sus enemigos, hoy en pleno siglo XXI padecemos un nuevo totalitarismo, más gaseoso pero igual de terrible, una dictadura de lo políticamente correcto que pretende destrozar todo aquello que signifique nadar contra la corriente.

Para que el totalitarismo alcanzase el efecto nefasto que logró, nos lo recuerda Shirer, tuvo que organizar la violencia y dosificarla en grupos concretos de poder omnímodo al margen del Derecho, por encima de la ley. La Gestapo que perseguía a los enemigos del régimen, a los disidentes y potenciales enemigos, actuaban de manera ideologizada, convirtiéndose en los ejecutores de vendettas particulares, extirpando islas de libertad, barricadas de independencia. Entre los crímenes nazis, numerosos y satánicos, las páginas negras escritas por la Gestapo merecen figurar para siempre en la historia universal de la infamia.

¿Cuánto pudo evitarse si los que tenían que defender el Derecho hubiesen cumplido con su misión previsora? Ciertamente, los tibios tarde o temprano reciben su merecido, y los que abdicaron del deber de salvar a la República de Weimar terminaron sus vidas perseguidos, asesinados, olvidados, sin pena ni gloria. Gran lección para todos los que tienen que enfrentarse a las nuevas Gestapos que el totalitarismo del siglo XXI, cruel e ideologizado, intenta reproducir.