La pandemia del coronavirus no debe distraernos de recordar que el 5 de abril se cumplieron 141 años de la declaratoria de guerra que Chile nos hizo. Aunque hoy el derecho internacional la proscribe por la obligación de la solución pacífica de las controversias, a 15 meses de celebrar el Bicentenario, diré lo siguiente:

1) La declaratoria chilena fue política de Estado. Diego Portales (1793-1837), luego de advertir la amenaza de la Confederación Perú-boliviana (1836-1839), que la frenó hasta desbaratarla, construyó la visión expansionista como imaginario colectivo que perdura esta vez por su penetración económica. Los chilenos sabían que geopolíticamente eran insignificantes y por eso decidieron la invasión de Atacama (Bolivia) y Tarapacá, Arica y Tacna (Perú).

2) La guerra, entonces, que fue pensada y preparada por Chile, para el Perú fue la consumación de su imperdonable negligencia, imputable a una clase política conformista, arraigada a las frivolidades virreinales y a las efímeras bondades del guano –prosperidad falaz- y completamente alejada de los intereses nacionales.

3) La guerra hizo de los chilenos una sociedad de la victoria –se quedaron con Tarapacá y Arica y sus gobernantes invirtieron en elevar hasta las nubes el ego e imaginario de su pueblo-; en cambio, los nuestros fueron completos irresponsables pues no hicieron nada para superar los estragos de la guerra, quedando los peruanos sumergidos en la cultura de la derrota, que con tanta ira les increpó Manuel González Prada.

Hoy, hasta por miedo o complejo, hay quienes no prefieren hablar de la guerra para no ser tildados de revanchistas o resentidos. Son los herederos de la sociedad de timoratos que le hizo mucho daño a nuestra heredad nacional. Cambiémoslo todo sin radicalismos febriles como el de aquellos demagogos que siguen prometiendo la recuperación de Arica y Tarapacá. No peleemos con Chile, pero para que no nos vean por encima, seamos nacionalistas de verdad como en aquellos países que por serlo se volvieron ricos y poderosos. Para que así sea, invirtamos en educación y cultivemos el imaginario nacional que no tenemos.