Sublimes y esperanzadoras fueron las imágenes de las demoliciones de las estatuas erigidas en honor a Hugo Chávez. Estas destrucciones de los monumentos levantados para perennizar a Chávez, revelan un síntoma: El pueblo venezolano ha identificado al originador de la catástrofe actual, al engendrador de todos los males sociales, al hombre que esterilizó a una nación entera y destruyó la unión familiar. En síntesis: El pueblo venezolano ha comprendido que la raíz de todas sus desgracias, está en la figura del comandante Chávez, entre otras cosas, porque fue él, quién seleccionó y autorizó a Maduro para continuar con el proceso revolucionario. Ahora bien, la construcción de estos monumentos en honor al líder de la revolución bolivariana, deben interpretarse a la luz de una vieja estrategia iniciada por los soviéticos, nos referimos al “culto a la personalidad”. Este “culto” -denunciado por Nikita Jrushchov en su célebre Informe Secreto de 1956-, lo definimos como una ciega inclinación ante la autoridad política, donde se busca divinizar la imagen del político y se pondera de manera desmedida sus atributos, mostrando la imagen de un hombre honorable, de enorme grandeza, benefactor de las masas populares, enérgico defensor de la justicia, entre tantos otros valores falsamente atribuidos. Este “culto a la personalidad”, es un instrumento empleado por el tirano Maduro y por la putrefacta cúpula militar-policial, para consolidar los lazos ideológicos, así como para detener intentos de resistencia y desobediencia al tirano, pero especialmente para mantener invariable la llama revolucionaria y así dejar intacta la utopía de establecer el paraíso en la tierra, a través del socialismo.