El estreno del nuevo gabinete ministerial ha dejado un sabor amargo, especialmente por las declaraciones del flamante ministro de Relaciones Exteriores, Elmer Schialer. Al afirmar que “los problemas de Venezuela sean resueltos por los venezolanos”, el canciller no solo demuestra una preocupante indiferencia hacia la crisis que asola al país vecino, sino que envía un mensaje complaciente hacia la dictadura chavista. Esta actitud, lejos de ser neutral, refleja una falta de solidaridad con un pueblo que lleva años luchando por recuperar la democracia.
Es imposible no percibir estas palabras como un gesto de desdén, un encogimiento de hombros ante la tragedia que vive Venezuela. No sorprende que varios congresistas ya hayan solicitado la renuncia de Schialer, pues sus declaraciones contrastan drásticamente con la firmeza que otros cancilleres peruanos, como Javier González Olaechea, mostraron en el pasado. Las palabras de Schialer marcan un preocupante giro en la política exterior peruana hacia Venezuela, aunque el propio canciller intente rectificar asegurando que la posición de Perú contra la dictadura de Maduro no ha cambiado. Pero este tipo de tibieza no es suficiente. En tiempos en los que los derechos humanos son violados de manera sistemática y descarada, la diplomacia no puede permitirse el lujo de la ambigüedad. El Perú debe seguir llamando las cosas por su nombre y alzando la voz contra las injusticias del régimen chavista.