Un ataque con granada contra un ómnibus en San Martín de Porres, Lima, una joven quemada viva por presuntos extorsionadores en Chicama, La Libertad, y un hombre asesinado a balazos a plena luz del día, a seis cuadras de Palacio de Gobierno. No es una crónica acumulada de semanas: son hechos ocurridos en un solo día. Y, aun así, nada de esto resulta excepcional. La violencia se ha normalizado al punto de que el horror ya no sorprende, solo confirma que el país vive sitiado por la criminalidad.
Las cifras acompañan esta sensación de abandono. Durante el gobierno de José Jerí, el promedio diario de homicidios alcanza los 5.5, superando incluso el ya alarmante registro de la gestión de Dina Boluarte. La delincuencia no avanza a paso lento ni se oculta: opera con impunidad, planificación y descaro.
En ese contexto, resulta ofensivo que el Ejecutivo haya adoptado como lema institucional “¡El Perú a toda máquina!”. ¿A toda máquina hacia dónde? ¿Hacia más muertes, más extorsiones y más miedo? Convertir un reguetón popularizado por un imitador del presidente en política de comunicación no es solo una falta de seriedad, es una burla abierta a una ciudadanía que entierra muertos a diario. El mensaje no inspira ni tranquiliza: caricaturiza la tragedia.
Cuando el país arde, el Gobierno responde con slogans y coreografías comunicacionales. Más show, más parodia y menos autoridad.




