Es habitual que se produzcan presiones de los padres, familiares, amistades, docentes, tutores para que los estudiantes que egresan de la secundaria decidan, lo antes posible, la carrera profesional a la cual van a postular en los exámenes de admisión, principalmente de las universidades.

Si esa exigencia en “condiciones normales” resulta inconveniente, en las actuales circunstancias colocar a los jóvenes recién egresados de su educación básica en la situación de tomar una decisión vocacional, por decir lo menos, deviene en una imprudencia. No olvidemos que recién han concluido su vida escolar en el contexto de la pandemia Covid 19, donde ha prevalecido la educación a distancia; y sobre todo que están concluyendo sus estudios en espacios y tiempos llenos de tensiones, temores, tristezas, incertidumbres; sin compartir vivencias directas con sus compañeros del colegio; y sin las actividades que son tradicionales del último grado de la escolaridad.

La decisión vocacional no tiene que coincidir necesariamente con la terminación del quinto de secundaria. Es una elección socio- emocional y cognitivo-intelectual para la cual el educando debe tener previamente las oportunidades necesarias para explorar internamente sus aptitudes (capacidades mentales y motrices), sus intereses personales-sociales, así como sus inclinaciones o gustos sobre una o más alternativas profesionales de la oferta educativa. Por cierto, para tener éxito en sus estudios superiores y posteriormente desempeñarse competitivamente como ciudadanos plenos, saludables y productivos.

Todo lo señalado se enmarca en una concepción educativa que tiene como propósito el desarrollo, a lo largo de la existencia, de los proyectos de vida de las personas. La decisión vocacional es el resultado de un proceso estrictamente personal, continuo y muy complejo. Sobre todo, en el año que acaba de terminar. No lo olvidemos.