El pasado 10 de diciembre, ayer,  se cumplió un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, uno de los hitos fundacionales de la internacionalización contemporánea de los derechos humanos tras el final de la Segunda Guerra Mundial, que termina en 1945 con el triunfo de los países aliados.

Con el tiempo, la declaración surgida luego de la contienda ha sido catalogada como un instrumento de soft law, pero en realidad se trata de un documento que inspiró otros adoptados posteriormente, como los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos, y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, así como la Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969, por citar algunos ejemplos.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos marcó un antes y un después en las relaciones entre los Estados y en su compromiso con la paz, la democracia y los derechos humanos; tres conceptos tan vinculados como inescindibles para cualquier comunidad política que respete las libertades ciudadanas y la armonía con otros países.

Hoy, setenta y siete años después de la suscripción del documento (diciembre de 1948 a diciembre de 2025), en un mundo convulso, conviene recordar el propósito de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para reconocer los derechos humanos como universales, interdependientes,  progresivos, y su esperanza de erigirla como el referente y pilar fundamental de las comunidades políticas en libertad. No cabe otra alternativa.