En los presidencialismos, el ejecutivo no siempre goza de mayoría parlamentaria, deben ocuparse de construirla con los grupos congresales afines cada vez que desean impulsar políticas públicas mediante leyes ordinarias. Entre los años 2001 y 2016 esa fue la performance de los distintos gobiernos, a pesar de las deficiencias conocidas en nuestro sistema político como es la ausencia de partidos organizados, sin líderes en la oposición y una fragmentación del pleno en diez o más bancadas que complica los consensos. El juego democrático se desarrolla bajo esos permanentes condicionantes; en ese sentido, es importante tener las formas para saber aproximar posiciones opuestas, el realismo para reconocer hasta dónde es posible ceder una posición política y la lealtad para honrar los acuerdos. Por eso, el ejercicio de la política es parecido a un arte.
Si en democracia también se camina contra corriente, las palabras del líder de Perú Libre sobre que sólo poseen el ejercicio del gobierno, pero deben alcanzar el control total de la burocracia estatal, el Ejército, la Policía Nacional del Perú, el cuerpo de magistrados y el clero, revela con transparencia un programa de acción que dista de los principios que inspiran un régimen democrático y constitucional. La ejecución de un plan de esta naturaleza presume la continuidad en el poder, por tanto, niega su alternancia democrática en elecciones libres, universales, periódicas y trasparentes. En ese marco, la necesidad de convocar de una nueva asamblea constituyente es parte de un plan para cambiar las reglas de juego e instaurar un nuevo régimen, objetivos que son impostergables para sus propósitos en el mediano plazo. La frase pronunciada por uno de sus parlamentarios lo resume todo: “si llegamos al poder, no lo vamos a dejar”. Recordemos: la democracia promueve la dispersión del poder y no el absolutismo.