El mundo de la educación escolar no escapa al impacto de la pandemia y por eso hasta que no haya una vacuna contra el COVID-19, la vida escolar no será la misma en ningún rincón del mundo. La información de que esta enfermedad es más vulnerable con adultos mayores no es excluyente de que lo sea con los niños, propensos a la falla estadística. En todo caso, hasta que no haya un plan con garantías, ningún padre de familia enviará a su hijo a la escuela porque será el primero en contagiar al abuelo, tío, etc.

Frente a esta realidad, la educación virtual es una alternativa. Seriamente, nunca será igual, y muchos menos, reemplazará a la presencial, pero es lo que tenemos y hay que aceptarlo en sus fortalezas y en sus deficiencias. Para ello, la sensatez fluye como una exigencia para TODOS, autoridades de los colegios y padres de familia, que deben deponer sus posiciones maximalistas de subsistencia.

Si eso no pasa habrá fracturas en la familia escolar -de las mejores entre los grupos sociales organizados- con resentimientos por la ausencia del criterio de la sensatez y la negación de la idea de lo justo, hasta con el saldo de penosas deserciones. La conocida estrategia de ver caso por caso aquí no funciona porque estamos frente a un problema planetario.

Solo los extraterrestres no tienen vela en este entierro. Ni los directores son señores feudales ni los papás son asambleístas de un gremio que se imponen a mano alzada o por carpetazo. La educación preserva y cultiva derechos para asegurar la moral de un pueblo de lo contrario se impondría la sociedad de los tiranos. Por eso el gobierno debe dictar medidas como viene haciéndolas acertadamente en otros ámbitos durante la emergencia, en que toca fajarse a TODA la familia escolar.