El Presidente de la República personifica a la nación y por ello tiene inmunidad constitucional. Un solo concepto da al Congreso la libertad de proceder a la vacancia presidencial y es la incapacidad moral que se refiere a la ausencia de valores y a las violaciones éticas en la conducta del gobernante. Los congresistas tienen libertad de conciencia para retirar de tan alto cargo a quien no merece desempeñarlo.
Sucedió con Martín Vizcarra y sucederá con Pedro Castillo. Es público y notorio que los colaboradores eficaces lo señalan como cabecilla de una banda. Y en momentos de gran inestabilidad política y profunda crisis económica, dramáticos audios comprueban que altos funcionarios fueron colocados estratégicamente para depredar al interior del Estado, cumpliendo una inadmisible e indignante planificación delictiva.
Los serios cuestionamientos penales y personales, la renuncia, la censura o la destitución han sido pan de cada día durante este régimen que no llega al año, pero tiene cuatro gabinetes y muchísimos ministros en permanente depuración que ahora alcanza hasta la vicepresidenta y pronto al presidente.
Todo ello aderezado con fugas permitidas por la consigna protectora de un gobierno que no muestra ni logros ni objetivos en favor del pueblo convertido en estandarte de la indecencia. ¿Existe alguna esperanza de que todo esto cambie sin sacar a Pedro Castillo del poder? No. No existe. Lo gritan los peruanos en las calles, hartos de una situación que empeora a cada instante, no hay salida distinta a la vacancia o a la destitución presidencial. Su presencia contamina al Parlamento que lo mantiene. Prospera la consigna de que se vayan todos y ello exige un acuerdo político para prontas elecciones generales. Esta urgente agenda también exige pensar en el día siguiente a esta salida inexorable. A trabajar!