Hace pocos días, el presidente José Jerí llegó al Cusco para supervisar obras y coordinar proyectos en la región imperial. Hasta ahí, todo normal. Lo singular ocurrió cuando, entre aplausos, alguien le gritó “¡¡Máquina!! ¡¡Máquina!!” y otro le pidió que baile. Jerí sonrió, hizo una pausa teatral y respondió que era “muy temprano para bailar”. La escena, más cercana a un programa de espectáculos que a un acto de gobierno, resume con precisión el estilo presidencial: dar buena impresión antes que dar soluciones. Eso puede estar bien en una campaña electoral, pero es fatal en plena gestión.
La frivolización no es un accidente, es una estrategia. El mandatario ha apostado desde el inicio por la simpatía fácil, la farándula itinerante y el aplauso inmediato. Durante un tiempo le funcionó: caer bien parecía suficiente. Hoy ya no. La última encuesta de CIT Opinión & Mercado lo deja claro: su aprobación cayó de 45.5% en octubre a 40%, mientras la desaprobación se disparó hasta 41.1%. Cuando el país empieza a sentirse inseguro y abandonado, el carisma se vuelve un lujo inútil.
Y es que hay problemas frente a los cuales ningún TikTok resiste. La criminalidad sigue en aumento y las cifras son contundentes. Según el Sinadef, el Perú registra hoy seis homicidios diarios. Durante el gobierno de Dina Boluarte el promedio era de 5.25 asesinatos por día; con Jerí, la cifra sube a 5.6. No es una diferencia menor: es una tendencia que confirma que el Estado va perdiendo control mientras el presidente promete bailar.
El problema de fondo es la improvisación. El gobierno de José Jerí parece atrapado por sus propias urgencias políticas y por la falta de liderazgo para tomar decisiones de fondo. Sin tiempo, sin rumbo y sin autoridad, el presidente ha optado por el único recurso que domina: el show. Recorre regiones, ensaya gestos, lanza consignas vacías y construye una imagen basada en la actuación y la puesta en escena. Pero el país ya no necesita un animador ni un “máquina”. Necesita gobierno.




