La presidenta Dina Boluarte ha declarado que su mejor forma de comunicarse es a través de las obras, dejando entrever que el trabajo realizado en su gobierno es más elocuente que sus palabras. Hablar de cosas que los peruanos no percibimos es convertir su discurso en pura retórica. El mensaje de Boluarte también contiene un ataque sutil a los medios de comunicación, calificando las críticas como “voces trasnochadas” que cuestionan su aparente silencio de 68 días.

Lo cierto es que en los últimos seis meses, Boluarte ha respondido a la prensa en apenas dos ocasiones, una frecuencia que habla no solo de las dificultades que enfrenta para justificar su gestión, sino también de su aparente desinterés en rendir cuentas a la ciudadanía. Este alejamiento de los medios y, por ende, de la opinión pública, genera más desconfianza en un momento en que la población demanda claridad y respuestas concretas.

Asumir discursos propios de la demagogia, donde las acciones nunca parecen concretarse en beneficio palpable para los ciudadanos, solo profundiza la crisis de credibilidad que atraviesa su gobierno. Las encuestas reflejan claramente este sentir: nueve de cada diez peruanos desaprueban su gestión. Este rechazo masivo se explica en gran parte por la falta de coherencia entre las promesas y la realidad, entre lo que dice y lo que efectivamente hace.

El desafío de un gobernante no radica únicamente en ejecutar obras, sino también en mantener una comunicación fluida y transparente con el pueblo.