El 16 de febrero falleció Alexéi Navalny a los 47 años, el opositor político más visible de Vladimir Putin, presidente de Rusia. Murió en la cárcel conocida como “Lobo Polar”, en el Círculo Polar Ártico, Siberia, a 1,900 kilómetros de Moscú.
El Instituto Penitenciario se ha limitado a señalar que la causa del deceso es un “síndrome de muerte súbita”, y no se conoce a la fecha el resultado de la autopsia. Exigimos un esclarecimiento a cargo de instituciones imparciales creíbles.
Alexéi Navalny sufrió un atentado por envenenamiento el 2020 siendo tratado en Alemania para que, al regresar a Rusia en el 2021, fuera condenado a 19 años de prisión, condena que cumplía hasta el día de su aún “extraña muerte”
Los gobiernos de occidente, empezando por el de Estados Unidos han responsabilizado al gobierno ruso de la muerte de Navalny, lo mismo ha hecho su viuda Yulia Navalnaya, que se queda con dos menores hijos.
Esta muerte debe llevarnos a reafirmar nuestra condena de toda forma de persecución a los adversarios políticos.
También a exigir que las prisiones en las cuales se encarcela no pueden ser en sí mismas lugares de castigo por más execrables que sean los delitos cometidos por los prisioneros que purgan carcelería. En el Perú nos reafirmamos en la demanda de no construir cárceles como la de Challapalca, en zonas de fríos y alturas; o aquellas lesivas para la salud como el “Centro de Confinamiento del Terrorismo” en El Salvador de Nayib Bukele; o la prisión de Guantánamo que mantiene por la fuerza Estados Unidos en territorio cubano. Son prisiones donde la tortura no es sólo física, pero sí cotidiana.