Después de 10 años en que había suspendido sus operaciones, la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio de EE.UU. (NASA) -fundada por el presidente Dwight D. Eisenhower (1958)-, acaba de lanzar al espacio a la cápsula Dragón para conectar a sus tripulantes con los que ya se encontraban en la Estación Espacial Internacional. Sin duda, una nueva proeza estadounidense; sin embargo, no ha sido gratuita. El mensaje de Washington en medio de la pandemia que parece ser aprovechada por China para promover su ascenso mundial, dado su indiscutido poder económico planetario, ha sido recordar al gigante asiático que sigue contando el otro poder, el tecnológico y el militar que no cuentan. Por esta razón, no existe un mundo bipolar por más que Beijing se esfuerce en pregonar lo contrario pues las fuerzas de ambos países aun no son iguales. Tampoco hay nueva Guerra Fría por más que EE.UU., el hegemón, se halle ciertamente muy herido por la pandemia que lo ha vuelto vulnerable. Mantiene su marco de influencia aunque disminuido. Frente a la vulnerabilidad por el COVID-19, que ha golpeado hasta al sentimiento nacional del país más poderoso de la Tierra, como le pasó antes con el ataque de Al Qaeda en 2001, la Casa Blanca se ha esforzado por mostrarse fuerte y poderosa ante China. Trump ha sabido sacarle la máxima rentabilidad política al frente internacional de su país, como ahora poniendo en primera plana a la NASA, para que le sirva en el ámbito interno, en que no le va bien. Por las debilidades de ambos países y la búsqueda de ascenso de otros actores como Rusia e India, vivimos un mundo multipolar temporal y transitorio.