Los Estados con capacidades reales quieren ser hegemones. La República Centroafricana, la nación más pobre y fracturada del África, en las actuales circunstancias, jamás lo será porque no tiene ninguna capacidad real de nada. Aspirar a la calidad de hegemón, entonces, es parte del estado de naturaleza de las sociedades jurídicamente organizadas que buscan imponerse sobre las naciones débiles que la teoría de las relaciones internacionales llama Estados periféricos porque se hayan alrededor del actor internacional con mayor relevancia regional o planetaria.

Por ejemplo, Perú, Ecuador, Chile, Bolivia, Argentina, etc., son periféricos de Brasil (potencia en América Latina) y la mayoría de países del mundo lo son de EE.UU (potencia global). Teniendo poder (político, económico, militar, tecnológico, etc.,), entonces, el hegemón puede controlar el mundo a su antojo.

Puede ser uno o dos. En el mundo antiguo, lo fue Roma, imponiendo a sus anchas la denominada pax romana; también lo fueron Portugal y España, iniciada la edad Moderna, por los viajes de circunnavegación, y, desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), lo fueron EE.UU. y la ex Unión Soviética hasta la caída del Muro de Berlín (1989).

En esa etapa conocida como Guerra Fría, Washington ganó la carrera espacial, llegando a la Luna (1969) y lo que siguió fue su consolidación y la desaparición de la U.R.S.S. en 1991.

Desde entonces EE.UU., como única superpotencia, se ha impuesto en un sistema unimultipolar a pesar de su menoscabo el 11S. Los que le pisan los talones (China, Rusia, India, Japón, etc.,), -repito- también quieren ser hegemones. El primero en la lista para conseguirlo es China, el más avanzado, que comienza a liberarse del chicotazo del covid-19.

El contexto actual por la pandemia del coronavirus, que en lo inmediato será solo multipolar, vuelve a alistar una nueva carrera que ya no será armamentística. La ganará y quedará empoderado el que lidere las investigaciones científico-médicas mostrando sus hazañas para el aplauso. Teniendo la sartén por el mango, el que lo consiga, moverá sus fichas, sobre todo las económicas, según sus intereses.