Lo he dicho antes y lo reitero hoy: en sus primeros años de existencia, la Superintendencia Nacional de la Educación Superior Universitaria (Sunedu) no cumplió una buena labor; por el contario, se dedicó a enfrentar, descalificar y desestabilizar todo el sistema universitario, en un contexto de falta de diálogo y autoritarismo. Es más, sin avanzar en el cumplimiento de sus funciones.

Esta situación ha cambiado hace varios años con resultados efectivos en el licenciamiento y supervisión, en un contexto de acercamiento a la comunidad universitaria. Ha tenido la fuerza y la entereza técnica y ética para no dar el licenciamiento a varias universidades privadas y declarar en reorganización a dos universidades públicas. Ciertamente tiene que seguir superando sus funciones, sin descuidar la continuación, traslado y graduación de los estudiantes de las universidades en proceso de desactivación.

Pero la existencia de la Sunedu, por más importante que sea en el aseguramiento de las condiciones básicas de calidad con el licenciamiento y la supervisión, no implica que haya en marcha una reforma integral del subsistema universitario.

Se debe mantener y fortalecer a la SUNEDU. Pero además se deben asumir medidas para una reforma integral de las universidades, de modo que formen buenos profesionales, desarrollen transferencia social, científica y tecnológica, así como mejoren la investigación producida. Para ello es necesario mejorar la calidad de la carrera de los catedráticos e investigadores con mejores haberes, potenciar su gestión, y dotar a las universidades de recursos para favorecer tecnologías, conectividad, laboratorios, talleres, bibliotecas, entre otros... Y, por supuesto combinar “calidad con autonomía” para contribuir al logro de la ciudadanía plena (PEN al 2036), al bienestar físico y socio-emocional, a la equidad y la inclusión, a la productividad-prosperidad y al desarrollo económico-sostenido-humano, así como al despliegue de los valores republícanos.