Las universidades fueron fundadas sobre dos grandes principios: la razón y la libertad. En un mundo caracterizado por el pensamiento líquido, donde el relativismo evanescente extiende su nociva influencia penetrando todas las ramas del saber, retornar a la razón y defender la libertad se convierten en imperativos vitales, en condiciones esenciales para la propia supervivencia del mundo universitario. La Universidad solo existe en tanto institución que aspira a la búsqueda de la verdad, una verdad que es conocimiento. Pero si la propia existencia de la verdad ha sido puesta en duda por el sofismo contemporáneo, ¿a qué verdad puede aspirar la universidad si considera todo relativo y contingente?
Para la regeneración nacional necesitamos que las universidades vuelvan a apostar por un entorno de libertad real. La tiranía ideológica que impide el diálogo es el auténtico mal que la academia debe combatir. La ideología de lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación amenazan con transformar el mundo de la educación superior en un coto cerrado donde solo puedan intervenir los que cuentan con la aprobación de un sector concreto del espectro ideológico. Todo esto colisiona directamente con lo que encarna la universidad: apertura, tolerancia, diálogo serio, libertad académica en toda su amplitud y riqueza.
Los fundamentos antropológicos de la universidad deben ser rescatados y promovidos. Necesitamos una antropología que defienda la libertad y una razón que vuelva a convertirse en columna del oficio universitario. Pienso en todo lo que precisa el Perú, gigante acosado por los desastres del destino, y en medio de una natural preocupación patriótica, recuerdo lo que me enseñaron mis maestros: si la educación es el problema, la educación es la solución.