Hay un plan para vacar a Dina Boluarte y varios personajes asoman como parte de esta estrategia, hasta ahora, mal diseñada y que apela a los pretextos más que a las razones fundamentadas. La amalgama de intereses van desde la derecha más obtusa como la que representa Patricia Chirinos hasta los radicales antisistema como Antauro, con mucha menudencia en el centro con nombres como los de Martín Vizcarra, Roberto Sánchez, Guillermo Bermejo, Ruth Luque y demás congresistas afines; sectores como la izquierda caviar, Perú Libre o los procastillistas; en el plano económico, la amalgama pestilente que aglutina a los mineros delincuenciales, el transporte informal y otras actividades en la frontera de la ilegalidad; activistas políticos como Pedro Cateriano o Marisol Pérez Tello, pese a ser sectores opuestos; y el periodismo negativista de siempre, proclive a la rebelión, al desmadre y a la anarquía cuando no se gobierna bajo sus intereses, se unen en esta nueva intentona desestabilizadora. El gobierno de Boluarte, incapaz y limitado, está siendo desbordado por el crimen y hace agua en diversas materias, pero apuntalar una vacancia no solo es irresponsable, sino suicida. Lo indefendible de esta gestión, lo pueril de sus decisiones o su débil legitimidad no puede ni debe llevarnos a encender la hoguera bajo el grito de “que se vayan todos”. Lo peor es que quienes proclaman esta salida virulenta y maligna son los que, precisamente, votaron por Pedro Castillo, hicieron campaña por este y antepusieron sus odios sobre la viabilidad del país. Los hepáticos de siempre, los que se creen propietarios de la verdad absoluta, conchudamente, hoy quieren volver a hacer lo mismo. Qué tal ostra. Si Dina cae, que caiga, pero si es lo mejor para el país y no por el griterío burdelero de una caterva de resentidos e impresentables.