No nos molesta el optimismo del presidente, José Jerí Oré, le pone a su gestión, para nada, pero sí nos causa sorpresa el que muchas de sus propuestas sean de muy largo plazo.

El problema no es que el mandatario sueñe en grande o anuncie planes de varias décadas, sino que lo haga desde un gobierno interino, sin mayoría política propia a pesar de su legitimidad y un horizonte de tiempo tan corto. Cuando se gobierna a meses de dejar Palacio, la prioridad no puede ser la promesa grandilocuente como la de “refundar” en sistema penitenciario, sino la eficacia en lo inmediato: asegurar servicios básicos, ordenar las cuentas fiscales, la lucha contra la inseguridad y, sobre todo, garantizar que el proceso electoral sea limpio, competitivo y sin sospechas de interferencia. Cualquier otra agenda es accesoria.

En un país exhausto por la inestabilidad, la mejor herencia que Jerí Oré podría dejar no es un catálogo de planes que otro tendrá que ejecutar —o desechar—, sino un tránsito ordenado hacia el próximo gobierno. No vale crear falsas expectativas. La historia solo lo juzgará por dos cosas: si mantuvo la calma institucional hasta el 28 de julio del 2026 y si permitió que la ciudadanía eligiera sin presiones ni maniobras. Todo lo demás, por más optimista que suene, corre el riesgo de ser apenas ruido en el epílogo de un quinquenio fallido.