Deseaba aprovechar esta oportunidad para elaborar alguna reflexión sobre el contenido del mensaje a la nación por parte de Castillo, este último 28 de julio. Sin embargo, en aras de la verdad, no encuentro elementos que me permitan hacer un análisis serio al respecto.

En vez de ello, empecé a repasar lo acontecido en el último proceso electoral para explicar la coyuntura actual. Aquel proceso dejó como resultado a un cuestionable ganador y planteó dudas sobre la limpieza, transparencia e imparcialidad de los miembros del sistema electoral.

El JNE debió agotar los instrumentos y mecanismos necesarios para despejar los cuestionamientos sobre la legalidad y legitimidad del nuevo presidente, pero no fue así. Al contrario, hubo circunstancias y hechos de escasa transparencia que hoy nos pasan la factura.

El nuevo gobierno impregnó su gestión con desconfianza, incertidumbre, insolvencia gerencial y falta de idoneidad en la designación de funcionarios.  Y lo más grave es que existen denuncias de corrupción que no solo envuelven al presidente en actos delictivos, sino que también a su entorno más íntimo.

La caviarada logró posicionar a un gobierno sin capacidad de acción política y sin intención a dialogar, conceder y concertar (ADN marxista). Se advirtió sobre este escenario, pero el bloque antifujimorista siempre apeló al odio antes que a la razón. Nos etiquetaron con peyorativos que iban desde “derecha fascista” hasta “vacadores”. Desafortunadamente, hoy la realidad nos da la razón.

El gobierno de Castillo es insostenible. Actualmente, el incremento exponencial de corrupción dibuja un escenario peligroso de inestabilidad, imposibilitando su permanencia. Por lo expuesto, aprendamos de las lecciones recientes, ya que ¡lo que mal empieza, mal acaba!

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