Aunque el ministro Aníbal Torres apele a sus conocidos achaques verbales para negarlo todo, lo cierto es que resulta sintomático que el presidente Pedro Castillo busca sacar de la cárcel a Antauro Humala y está limpiando el camino para cumplir con esa inaudita promesa electoral, como por ejemplo haber removido a la presidenta del INPE, Susana Silva, quien se oponía a tamaño despropósito.

Lo que el mandatario aún no entiende -y por esta limitación, además de que en líneas generales no da la talla para el cargo, ayer El Comercio editorializó que se impone su renuncia como la mejor salida a la crisis- es que la liberación del autor del “Andahuaylazo” sería una afrenta a la Policía Nacional y la lápida de un mandato que nació muerto de liderazgo, eficiencia y sintonía con las necesidades de las mayorías.

Y cuidado que no es la primera vez que se falta el respeto a las instituciones tutelares en el cogobierno de la dupla Castillo-Cerrón. El impresentable exministro de Relaciones Exteriores, Héctor Béjar, dijo sin ningún pudor que “el terrorismo en el Perú lo inició la Marina… Han sido entrenados para eso por la CIA”. Con un canciller de esta calaña, para qué queremos enemigos. Lo grave es que no se oyó padre desde Palacio.

Tenemos, pues, un profesor que desconoce la historia y quiere regalarle de gratis mar a Bolivia, con el aplauso de Evo Morales; un jefe de Estado que trastoca la meritocracia en las instituciones castrenses y PNP para acomodar a los “recomendados”; un inquilino en la Casa de Pizarro que permite que una lobista le organice la fiesta a su hija; “una gestión presidencial que es insostenible”, como sustenta El Comercio. Palabra que así no se puede.

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