En el Perú, ha existido un grupo de actores políticos camuflados como miembros de ONGs, académicos, comunicadores, jueces, fiscales, consultores mediáticos y otros que, tras bambalinas, han entrecruzado agendas políticas para capturar el poder de turno durante las dos últimas décadas. De esta manera, han copado casi toda la institucionalidad estatal, desde las esferas más altas hasta los niveles operativos de la administración pública.
El doble estándar moral se implantó contra el adversario político: para los amigos, todo; para los enemigos, la ley.
Claramente, se puede apreciar este comportamiento tras los últimos acontecimientos, siendo estos, la solvencia ética y moral de la pareja presidencial con respecto al plagio de su tesis, las delaciones sobre actos de corrupción de Castillo, sus sobrinos y sus “niños” congresistas, y la grave denuncia de fraude electoral lanzada desde Ancón ¡Qué tiempos aquellos!, donde colectivos y muchedumbre “indignada” tomaban las calles, pero en esta oportunidad, no se les ha movido ningún pelo. En otro escenario político, hubieran incendiado Lima. Ahora sabemos con certeza que nunca se trató de amor a la democracia. La caviarada solo agitaba a las masas para conservar sus posiciones de privilegio y la lactancia estatal.
Hoy, la doble moral rebosa de vigor frente a la denuncia del fraude electoral, pues la caviarada se ve más concentrada en la SUNEDU que en el asalto del que el Estado peruano viene siendo víctima.
Al igual que en los últimos 20 años, grupos que no fueron elegidos gobiernan al Perú nuevamente. Mediante fraude o tras bambalinas, los no elegidos ejercen el poder con la complicidad pasiva de una adormecida y embaucada ciudadanía, huérfana de un liderazgo político auténtico y democrático, tan requerido por la patria en este momento histórico.