Lo que ha sucedido con el expresidente Vizcarra es digno de un manual de propaganda política. Con toda seguridad, tarde o temprano, algún investigador de la academia global rescatará la figura de Vizcarra como ejemplo perfecto de cómo se construye una imagen política en base a sofismas y resultados etéreos. Casi nada de lo que Vizcarra sostuvo como presidente fue cierto, por una sola razón: su biografía está salpicada de malos entendidos y exageraciones. Mentiras e hipérboles, todo eso forma parte del curriculum del ex presidente. Ahora bien, aunque duela hacer la pregunta: ¿quién formó la imagen de Vizcarra ante la opinión pública?

Por un lado, el propio Vizcarra y sus socios, ahora cómplices. Por otro, qué duda cabe, la imagen de Vizcarra fue creada en los laboratorios de los grandes medios de comunicación, operadores culposos que contribuyeron de manera decidida a forjar la marca personal del expresidente, presentándolo como una especie de salvador de la democracia. Esto suele suceder en la propaganda política, es más, esto identifica a la propaganda política y la hace distinta frente al verdadero periodismo: Vizcarra hacía política de la más baja calaña mientras un conjunto de periodistas defendían su actuación presentándola como la lucha del bien contra el mal. El bien, cómo no, eran ellos, el mal, por supuesto, el APRA y el fujimorismo.

¿Alguien en sus cabales, alguien que ha profesado el Derecho puede defender la actuación de Vizcarra al cerrar el Congreso y administrar la pandemia? ¿Alguien puede avalar la persecución política que sigue a toda propaganda de odio? Por eso, es grave la responsabilidad de todos los que apoyaron el vizcarrismo y hoy silban de costado. Son los creadores de ese Golem, son los autores de semejante monstruo.

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