Fernando Belaunde Terry solía contar, con una mezcla de orgullo y modestia, que el primer comité de Acción Popular nació en Ollantaytambo. “Acción Popular es un partido nuevo. No ha surgido antes, sino después de las elecciones. No nace pues de la ambición sino del deber”, repetía. Era una definición ética, casi una declaración moral. Setenta años después, esas palabras suenan como un epitafio prematuro: la ambición terminó devorándose al deber y el partido de la lampa parece hoy más un recuerdo que una organización política con futuro.
La ironía es cruel. El partido que alguna vez encarnó la decencia y la austeridad ha quedado fuera de las próximas elecciones, acosado por sus propias pugnas internas y al borde de perder su inscripción. No fue un complot externo ni una persecución sofisticada: fue la suma de egos, cálculos mezquinos y peleas por migajas de poder. Acción Popular no cayó: se autodestruyó, convencida de que la política es una repartija y no una responsabilidad histórica.
Belaunde detestaba los dimes y diretes, las guerras intestinas y las componendas. “La unidad no es decirle cuántas concejalías o alcaldías voy a tener. Eso es una componenda política. Nosotros no vamos a eso”, advertía. Hoy el partido hace exactamente lo contrario. La unidad se negocia como si fuera una subasta, y el debate interno se reduce a amenazas, bravuconadas y shows mediáticos de precandidatos que confunden ruido con liderazgo.
Para completar el cuadro, Acción Popular carga hoy con congresistas que desfilan con más frecuencia por sedes fiscales y judiciales que por sus propias bases partidarias, algunos incluso con oficinas allanadas por presuntos actos de corrupción. Y como si faltara algo, aparecen caudillos ávidos de reflectores, como Alfredo Barnechea, que optan por atacar al Jurado Nacional de Elecciones cuando las reglas no les favorecen. Quien no entiende ni respeta las normas no solo se coloca fuera de la ley: contribuye a degradarla. El futuro de Acción Popular, así, no es solo sombrío; es la consecuencia lógica de haber traicionado todo aquello que alguna vez dijo defender.




