El 2022 debe ser el año en que el país se deshace de ese lastre llamado Pedro Castillo. No será una tarea fácil pero tampoco imposible de acometer por la infinita e interminable secuencia de errores de gestión, escándalos de corrupción, torpezas políticas y decisiones inexplicables que solo se condicen con un ánimo empecinado en destruir el país.

Es todo esto, no obstante, un escenario previsto, advertido. Por eso, valga esta última columna del año para dedicarla con toda justicia a todos aquellos que en segunda vuelta votaron por Pedro Castillo. A los llamados “cojudignos” que ahora no saben dónde esconderse con los negociados bajo la mesa, las aceitadas y las coimas que pululan en el mismo centro de Palacio. Hoy que la imagen del país se deteriora ante las calificadoras de riesgo y que se pierden 10 millones de dólares cada día por la suspensión de Las Bambas, no olvidemos a los 8 millones 835 mil 579 electores que depositaron su voto, muchos de ellos, priorizando la esencia de su odio a Keiko Fujimori y pese a que eran conscientes que estaban hundiendo al país y tirando a la basura 20 años consecutivos de crecimiento.

No olvidemos a los caviares de todas las escalas, los de la extrema izquierda y a esa malagua perniciosa y esperpéntica que lideran pseudos dirigentes políticos como Marco Arana, Verónika Mendoza, Marisa Glave, Indira Huilca y Sigrid Bazán, entre otros. No olvidemos a esta casta ruin de ganapanes que no tuvo la decencia de marcar distancia con la corrupción y, por amor al poder, hacerse cómplice del cutrero del sombrero. El futuro es promisorio porque no puede ser peor pero preservemos la memoria y no olvidemos a los responsables de este desastre, quizá uno de los peores en la historia reciente de la república. No me pidan para ellos un feliz Año Nuevo.