Los descubrimientos de los últimos días han sido como levantar el telón de una obra silenciosa que venía sucediendo hace meses bajo nuestras narices. Además de Vizcarra, sabemos que otros funcionarios (de su gobierno y del actual) también recibieron la vacuna de Sinopharm de un lote “especial”. Evidentemente estas personas consideraron que merecían vacunarse primero. Pero además, a diferencia del resto de los peruanos, pudieron actuar sobre este supuesto y proceder a recibir la vacuna.
Quienes se vacunaron lo hicieron ignorando el esquema de vacunación que ellos mismos diseñaron. ¿De qué sirve, pues, elaborar un plan de vacunación que priorice al personal de primera línea, si no aplica para todos? Parece una burla haber establecido criterios objetivos para la inmunización, cuando hay quienes se inocularon porque -bajo sus propios criterios subjetivos-, determinaron que merecían prioridad.
La semana pasada, tras la renuncia de la ministra Mazzetti, muchos fueron rápidos en echar la culpa al Congreso por ocasionar que dejara el cargo. Sin embargo, hoy, con retrospectiva, sabiendo que la propia Mazzetti se vacunó y mintió al respecto, ¿seguimos creyendo que su renuncia fue culpa del Congreso? ¿Aún pensamos que fue una mala idea que el Congreso la cite? No. Ahora sí lo permitiríamos. Pues que nos sirva como recordatorio de que todos los funcionarios tienen la misma capacidad para mentir (sin importar qué tanto nos agraden).
Quizás los funcionarios que accedieron a la vacuna no eran conscientes del daño que le estaban haciendo al país. Sin querer (espero), han perpetuado la noción de que no importa quién haya trabajado más o cuánto hayas arriesgado tu vida. No importa cuántas vidas hayas salvado o a cuántos seres queridos perdiste. Porque al final, lo que importa es el poder que concentras y los amigos que tienes.