Supongamos que queremos mejorar el nivel de vida de una ciudad. Los diversos estudios científicos muestran que los problemas de la ciudad (de mayor a menor) son la inseguridad, corrupción, transporte, contaminación, colas en servicios, y hacia el final aparece la falta de iluminación y estética urbana. El alcalde decide que mejorará el nivel de vida pintando fachadas y colocando postes de luz porque son datos fáciles de observar, medir y comparar de un año a otro. Sin base científica alguna se inventa la teoría que dice que de la pintura e iluminación depende el progreso de la ciudad y que en 15 años eso se va a notar. Mientras, los principales problemas de la ciudad quedan tal cual.
Lo mismo hace la OECD con PISA. Los grandes temas que atraviesan la falta de calidad educativa de la población tienen que ver con pensamiento crítico y disruptivo, aprender a aprender y preguntar, capacidad de innovación, pensamiento creativo, bienestar socioemocional, solvencia digital, resolución pacífica de conflictos y convivencia, habilidades blandas, ciudadanía, inclusión, discriminación, autoestima y, claro, también saber leer y calcular.
PISA (y copiándolo los ministerios de Educación) decide que lo que es más fácil de medir en un formato estandarizado y comparar entre colegios o países son las respuestas marcadas a una lectura y unos problemas de matemáticas arbitrariamente planteados.
Mientras, los grandes problemas de la educación siguen vigentes, a la par que se frenan los intentos innovadores por el afán gubernamental de rendir cuentas por los puntajes en lectura y matemáticas.